AMLO vs. AMLO
Joaquín López Dóriga
Cada fauno tiene su laberinto. Florestán
De vez en vez recuerdo a quien ha sido el mayor constructor de mayorías que he conocido en mi vida, a cuyo conjuro llenaba plazas y lo seguían multitudes incondicionales, a las que, seducidas, manejaba.
Para ellos no había otra palabra, otro programa, otro destino, otro hombre que él.
Pero a lo largo del tiempo, sobre todo de las circunstancias, fue cambiando.
Así, aquel hombre sencillo, sin ambición de poder, se convirtió en un hombre arrogante con una desmedida codicia por lo que había asegurado aborrecer: el poder; el mismo que afirmó que nunca se “pelearía” por la presidencia con Cuauhtémoc Cárdenas, y lo trató de “traidor” desde el Zócalo; el mismo que dijo que no mentía y comenzó a hacerlo, comenzó a engañar con un doble discurso: uno, antes del 2 de julio; otro después.
Hasta el proceso electoral, los medios y los periodistas, “salvo excepciones”, eran profesionales y honestos; después, “salvo excepciones”, dejaron de serlo y se convirtieron en blanco de sus rencores.
Hasta antes del mismo 2 de julio, cohabitaba y se retrataba con los poderes económicos; a la derrota, denunció lo que había callado durante su larga campaña.
El manejo del engaño se fue descubriendo en el otoño de su patriarcado: su encuestadora desmintió el mito de los diez puntos que siempre dijo llevar de ventaja en su campaña; se quedó sin argumentos con el fraude que denunció “cibernético” primero, y “a la antigüita” después; aceptó que fue otro mito el de la cobertura de las casillas electorales; dijo que no iría a la televisión y fue el que más dinero gastó en ella, el único con un programa diario y con repetición; reclamó que fue el que menos salió y resultó ser el que más.
Hoy, aquel deslumbrante Hamelín de la política, ya no lo es más.
Su llamado ahora es insuficiente para llenar los zócalos que atiborró; su discurso no alcanza para arrebatar a aquellas multitudes que enardeció; su autoproclamación como “presidente legítimo”, no jefe de la resistencia civil pacífica, lo ha desgastado y, aunque mantiene una fuerza aún considerable, ya es insuficiente para reventar la plaza y desbordar Reforma, como lo hizo cada vez que quiso, y para cautivar a las multitudes que cautivó.
Por eso ahora, desde esa disminucieón, se tiene que subir a las protestas que otros convocan, y sumarse a las marchas a las que otros llaman.
Lo vimos cuando se quiso trepar al conflicto de Oaxaca vía la APPO , sin ningún peso, y ahora, intruso, metiéndose a la lista de oradores en la marcha contra la carestía.
Este no es aquel Andrés Manuel que conocí; este es otro cuya ambición por el poder lo hace igual a los que con las mismas codicias, censura, como si él fuera diferente, lo que viene a confirmar cómo cada fauno tiene su propio laberinto, de decepción.
Nos vemos mañana, pero en privado.
Cada fauno tiene su laberinto. Florestán
De vez en vez recuerdo a quien ha sido el mayor constructor de mayorías que he conocido en mi vida, a cuyo conjuro llenaba plazas y lo seguían multitudes incondicionales, a las que, seducidas, manejaba.
Para ellos no había otra palabra, otro programa, otro destino, otro hombre que él.
Pero a lo largo del tiempo, sobre todo de las circunstancias, fue cambiando.
Así, aquel hombre sencillo, sin ambición de poder, se convirtió en un hombre arrogante con una desmedida codicia por lo que había asegurado aborrecer: el poder; el mismo que afirmó que nunca se “pelearía” por la presidencia con Cuauhtémoc Cárdenas, y lo trató de “traidor” desde el Zócalo; el mismo que dijo que no mentía y comenzó a hacerlo, comenzó a engañar con un doble discurso: uno, antes del 2 de julio; otro después.
Hasta el proceso electoral, los medios y los periodistas, “salvo excepciones”, eran profesionales y honestos; después, “salvo excepciones”, dejaron de serlo y se convirtieron en blanco de sus rencores.
Hasta antes del mismo 2 de julio, cohabitaba y se retrataba con los poderes económicos; a la derrota, denunció lo que había callado durante su larga campaña.
El manejo del engaño se fue descubriendo en el otoño de su patriarcado: su encuestadora desmintió el mito de los diez puntos que siempre dijo llevar de ventaja en su campaña; se quedó sin argumentos con el fraude que denunció “cibernético” primero, y “a la antigüita” después; aceptó que fue otro mito el de la cobertura de las casillas electorales; dijo que no iría a la televisión y fue el que más dinero gastó en ella, el único con un programa diario y con repetición; reclamó que fue el que menos salió y resultó ser el que más.
Hoy, aquel deslumbrante Hamelín de la política, ya no lo es más.
Su llamado ahora es insuficiente para llenar los zócalos que atiborró; su discurso no alcanza para arrebatar a aquellas multitudes que enardeció; su autoproclamación como “presidente legítimo”, no jefe de la resistencia civil pacífica, lo ha desgastado y, aunque mantiene una fuerza aún considerable, ya es insuficiente para reventar la plaza y desbordar Reforma, como lo hizo cada vez que quiso, y para cautivar a las multitudes que cautivó.
Por eso ahora, desde esa disminucieón, se tiene que subir a las protestas que otros convocan, y sumarse a las marchas a las que otros llaman.
Lo vimos cuando se quiso trepar al conflicto de Oaxaca vía la APPO , sin ningún peso, y ahora, intruso, metiéndose a la lista de oradores en la marcha contra la carestía.
Este no es aquel Andrés Manuel que conocí; este es otro cuya ambición por el poder lo hace igual a los que con las mismas codicias, censura, como si él fuera diferente, lo que viene a confirmar cómo cada fauno tiene su propio laberinto, de decepción.
Nos vemos mañana, pero en privado.
Etiquetas: 2 de julio, Covarrubias, Encuestas
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home